Allí estaba Itziar, asustada y decidida,
temblando tan ligeramente que había que estar a su lado para detectarlo, allí
estaba leyendo con determinación lo que había preparado minuciosamente, sus
poemas, uno a uno, decantándolos, guardando los silencios, pronunciando los
silencios tanto como las palabras, acechando el momento de dar el golpe de
gracia, la palabra última, la que produce el efecto.
Y al otro lado, luz. Se adivinaba el patio
de butacas del Teatro Circo, pero no se veía más allá del resplandor difuso del
foco. Desde la mesa, en el proscenio, en todo caso podíamos presentir al
público, se notaba cómo se iba inflamando en su silencio, en su expectación,
creciendo al otro lado.
Entre poema y poema, a veces entre
estrofas, Itziar levantaba la cabeza y miraba hacia adelante, afrontaba la luz
como si pudiera desentrañarla, y seguía pronunciando de memoria sus versos. Su
amiga Carmen le dijo luego que parecía que estaba mirándola a ella. Y Luis
también había sentido lo mismo. Y Gloria. Parece que el resplandor difuso
repartía la mirada de Itziar, la administraba uno por uno entre los
espectadores, entre los auditores de sus poemas.
Pero eso no podía saberse desde arriba.
Desde arriba Itziar iba decantando con minuciosa lentitud, con pautados
silencios, los poemas que había escogido de sus más de diez libros, entre los
publicados y los que buscan editorial. Sus poemas, impresos para la ocasión en
folios, seguidos en el orden previsto, envueltos en sus fundas transparentes y
organizados en una carpeta.
De vez en cuando unas risas subrayaban un
final, una ironía. El humor entró en su poesía desde su quinto libro. Lo dirá
al final, respondiendo a la pregunta de un espectador. Ha descubierto que el
humor ayuda a tragarse la píldora de la crítica social, ayuda a asimilar, es un
lubricante de las emociones.
Además, en una lectura como la del lunes 7
de mayo en Albacete, el humor permite advertir que al otro lado del silencio
hay gente atenta, pendiente de lo que la poeta va leyendo. Planetas que giran
hagamos lo que hagamos, teléfonos que nos mantienen a la espera y nunca nos
descuelgan la esperanza, rabias, lluvias, reflexiones.
¿Quién dijo que la poesía no cambia el
mundo? Penetra en la luz. Mantiene en vilo, alarga el silencio, devuelve con
aplausos a la realidad. Y se acabó el temblor. Ya vino el lobo. Ya pasó. Y
vuelve la sonrisa.
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